Foto: José Baena Naranjo
PARQUE SAN PABLO
Se levanta la bruma en el Genil,
parpadea la brisa entre sus aguas,
el cañaveral se mece, cimbrea
y con un guiño se contonea.
Tras el malecón ingrávido, el tiempo fluye,
en la arboleda reposa el aire.
Aroma de azahar y jazmín, fuentes de piedra.
A pleno sol, el parque enfebrece, borbotea.
Camina el día entre eucaliptos
palmeras y campanillas malva.
Memoria del lugar, nostalgia de antaño
por el sendero de arena, ladrillo y barro.
Flota en el aire risas y cantos.
Corren los niños tras las palomas,
abriendo vuelos, despertando sueños.
Entre mil juegos pasa la tarde.
Caen las sombras en el vergel,
anochece sobre el río.
Luz tardía sobre el agua:
brillo carmesí, pátina dorada.
Descansan los bancos en silencio
y el ciprés cara al cielo,
brinda la espera de ser robada
su atezada mirada.
Natividad Escoda
Hoy nos ha llegado este maravilloso poema de Marcelino Fernández Piñón dedicado al río Genil, que os ilustramos con un cuadro del mismo autor.
QUE VIENE EL GENIL
Por allí viene el Genil.
Pues que viene caballero,
dejadlo venir.
Y trae al cinto la espada,
flores de su adolescencia,
desde
pues allí tiene nacencia.
Por allí viene el Genil.
Pues que viene sonriente,
dejadlo venir.
Mas para entrar en poblado
debe moderar modales
pues a veces causa enfado
y otras, fueron mortales.
Por allí viene el Genil.
Pues que viene presuroso,
dejadlo venir.
Órgano de plata fría
es tu arpegio sostenido
música que nos debía
a este rincón escogido.
Por allí viene el Genil.
Pues que viene engalanado,
dejadlo venir.
Viene en Écija a buscar
blasones de buena rama,
y dedica su cantar
a damas de buena fama,
y a hombres de mejor cama.
Por allí viene el Genil.
Pues que viene enamorado,
dejadlo venir.
Y mi amor astigitano
que me venga como fuente
porque la niña que amo
aún no ha llegado a veinte.
Y la amo como a mi vida,
y cuando llora, es mi herida.
Por allá se va el Genil.
Pues que hoy estuvo amigo,
dejadlo partir.
Que lleve a Lora del Río,
amores como los míos.
Y que ponga hasta en Sevilla
amores tan escogidos,
que ya desde la semilla,
nadie los dé por vencidos.
Por allá se va el Genil.
Pues que ha de llegar al fin,
dejadlo partir.
Marcelino Fernández Piñón